jordi Buch Oliver

1000016261.jpeg

Jordi Buch Oliver

 

(Mataró, Maresme, 1957)

Escriptor resident a Mataró.

   


1000016280.jpeg

   Als tretze anys estudia al Liceu barcelonès les carreres de guitarra i piano, i amb vint-i-vuit anys escriu la primera novel·la, Carla Tucci, amb la que queda finalista d'un premi a Madrid. Des de llavors es dedica al periodisme radiofònic a la Cadena 13, i també a la premsa escrita a Correo Catalán i Avui. Després de vint anys de deixar la literatura i dedicar-se a la música, torna a escriure, i des de l'any 2003 fins al 2006 –en què deixa de presentar-se a concursos– guanya un total de vint-i-set de premis: Víctor Mora (finalista), Emili Teixidor (finalista) i Joan Arús primer premi de novel·la, entre d'altres. Calen destacar els sis premis internacionals rebuts a Madrid, Sardenya (Itàlia) i Argentina. Com a escriptor tracta tots els gèneres de la prosa, des de la narrativa breu: "Històries d'un piano desafinat", "Coses del lloro", "Taxi plujós" o "L'enterrament del senyor baró", fins a la biografia i a la història. El gènere que ha tractat més però, ha estat la novel·la. Amant del mediterrani, de l'humor i de l'erotisme, les seves obres tenen un llenguatge senzill i desenfadat que fan que els seus personatges ens siguin molt propers. De la seva obra, s'ha comentat: "diu les coses tal com són, i et fa riure encara que no vulguis" (La Busca Ed.).

   Ha publicat les novel·les Per les vores de dues pells (2004), A trenc d'alba (2005), Digues que sóc agosarat (2006), Història d'Elena (2010), Massa gent a dins l'armari (2010) i la novel·la escrita conjuntament amb Ghjacumu Thiers i Antoni Arca, publicada a Còrsega Quandu sò spenti i lumi (2013). En castellà ha escrit la biografia Montilla, de emigrante a presidente (2008), Historia misteriosa de España y Portugal (2008), escrita conjuntament amb l'escriptor portuguès Pedro Silva i La última mujer (2013), escrita conjuntament amb l'escriptora uruguaiana Ana Solari. Ha publicat diversos llibres col·lectius i té contes publicats a l'Argentina, els Estats Units, Israel i Itàlia.

   És soci de l'Associació d'Escriptors en Llengua Catalana i de l'Associació Internacional de Llengua i Literatura Catalanes.

 

1000005415.jpeg

   Província de Zhejiang. Xina.

  Com era una tardor sense sol, la pluja que no mullava els vidres, el vent que no sacsejava les fulles? Com anomenar això? Solitud? Tristesa?

  La vela d’una barcassa Sampán s’alçava forta amb el vent gèlid de les terres altes del Nord i, lentament, s’allunyava seguint la senda de jade del Qián táng, el gran riu. Una nena de sis anys corria pels camps d’arròs perseguint somnis i mirant l’horitzó. Era molt petita, sí, però ja volava com un pardalet sota un cel blau que no abastava amb els peus en puntes. Com tocar la lluna amb els dits, ni que fos tan sols un instant? Era la menor de dues germanes i es deia Měi Líng. ”Petits guspirejos de peces de jade” representava la puresa oriental condensada en una frase. Mai va tenir una infantesa fàcil i, molt aviat, es convertí en una peça de jade trencada. Només un bri de fortuna va evitar que, sent a penes un nadó, acabés en un orfenat, oblidada, i sense nom.

1000010100.jpeg

Con billete a ninguna parte

(publicado en la revista Almiar)
__________
Jordi Buch Oliver

   Con el tiquitac del tren le voy dando distancias a lo tuyo y a lo mío. Lo tuyo, son tus casitas de muñecas; lo mío, son las muñecas de tus casitas, especialmente Lupita. Esa diferencia nos ha jodido a los dos, y eso que nos conocimos en una de tus casas de citas, entre suspiros y sábanas, y a cinco mil cada vez que me decías que me querías.

   Llevamos tres horas de viaje, de tiquitac y de cervezas. Desde que salimos de Barcelona, serían las cinco de la tarde, que Penélope se nos aparece por los cristales de la ventana como si fuera un reflejo de nuestra mala conciencia. No me despego de ella, y ella no se despega del cristal —quizá la conciencia tendría que resbalarme un poco más—. Lupita no dice nada: se entretiene mirando los naranjos de Valencia que pasan fugaces como un rayo por delante de la ventana. En el centro del cristal hay una pegatina que reza lo siguiente: «salida de emergencia» —mala propaganda para alguien desesperado que anda de viaje con billete a ninguna parte—.

   Es de noche, y la noche nos cuelga en la luna de Valencia que nos sale por la ventana. Mis pensamientos se desvanecen en el hombro de Lupita y mi cuerpo se agita entre sus caricias cuando los sueños llaman a mi puerta. Una, dos, tres, cien y doscientas ovejitas me comen el cerebro entre ceja y ceja, atiborrándose en los pastos de mi memoria... Mis párpados se van cerrando, pegando sacudidas en el aire como si fueran abanicos. Poco a poco, por ese campo de borregos, también se me hace de noche y, por las praderas de verdes pastos, me danzan arlequines rosados... Es la memez de los sueños, los delirios de la otra conciencia que hace equilibrios inútiles con mi inconsciencia... Uno ya no sabe si es consciente cuando duerme o cuando está despierto..., o si es la inconsciencia la que fluye en los sueños para luego desvanecerse en los desvelos.

   Mis abanicos ya no parpadean y me invade una luz negra. Alguien, quizá en mis sueños, descorchó unas botellas de vino y puso los corchos en los cuencos de mis ojos. El aroma de un buen rioja me embriaga y me sacude el estómago, que anda un poco seco y agriado de agua: parece un estanque de renacuajos que me cantan una triste balada. Los dioses me son inciertos: me llenan el cuerpo de ranas y la cabeza de borregos... Con tanto bicho por el cuerpo, y con los corchos pegados a la cara, apenas alcanzo a ver a Penélope entre las sombras que se pasean de negro por delante de mis ojos. Lentamente, muy lentamente, su silueta se deshace en mi memoria y su rostro se pierde en un recuerdo huidizo. Se esconde en la noche..., quizá; o en el manto oscuro de esas horas locas de mis devaneos nocturnos; o tal vez se esconde en una esquina sin luces mientras me ve partir hacia un mundo absurdo —que no deja de ser mi mundo—, y se siente tan impotente que, a esa distancia que no alcanza, le pone aire cuando me pierdo en mis desvaríos de almohada. ¡Dios!..., que locas son mis locuras que, en esas locuras mías —que se dicen que son los sueños— me da todavía por acariciar su piel; y su piel, que sabe que la conozco como la mía, se me hace extraña; y me da por jugar con su pelo..., y su pelo, que también sabe que lo conozco como si fuera el mío, se me resiste y no corre por mis dedos con la suavidad del terciopelo..., ni su voz, que casi es como mi voz, me suena quebrada y cálida, como la canción de un bolero. Se me parte el alma, y también la cara de un bofetón, cuando pronuncio su nombre en voz alta. Lupita, celosa ella, se pone de los nervios cada vez que le hablo de Penélope.

   Por la ventana me pasa la noche de Albacete. Son apenas unas luces que tintinean en el horizonte. Vuelvo a dormirme. De vez en cuando, se me despega un ojo con el tiquitac del tren. Lupita duerme entre mis brazos. Sus sueños se mezclan con sus ronquidos, y, con el tiquitac constante del tren, se mecen sus sueños y sus tetas.

   Por los ecos de la memoria me retumban tambores con la pesadez de una resaca aderezada en alcohol barato —nunca me he dado a grandes lujos, aunque sí a grandes resacas—. Recuerdo la última noche que estuvimos en Barcelona. Los tambores se me pasean todavía entre trompetas y clarinetes, como nazarenos salidos de la noche, que se meten por las callejuelas de mis sueños escondidos entre sutiles telas de terciopelo violeta. A voces de una saeta desgarrada, y a voces de un borracho que redobla sólo y sin tambores, me sale un sereno que canturrea las horas, las medias y los cuartos. Alguien —salido de no sé dónde—, me dice que no es un sereno, y que esos oficios desaparecieron hace ya años. Luego, viendo los faroles rojos que iluminan las aceras, me doy cuenta que lo confundo con el propagandista que canturrea los precios y los servicios en la puerta de una casa de citas —mi mujer, Penélope, muy decente ella, regenta media docena de casas en el barrio—. El hombre de la puerta es don Jenaro, aunque, con la cara teñida de rojo, se me confundió con un diablo. Lo conozco bien. Lo llamamos «don» porque es un señor —de los de antes—, aunque venido a menos..., a mucho menos. Hay que irse a mucho menos para hacer de hombre-anuncio en la puerta de un burdel mediocre. Don Jenaro vive casi de prestado y con la piel y el alma pegadas en el asfalto. Para unos, todavía es don Jenaro; para otros —los más—, es alguien anónimo y tan molesto como una meada de perro. Sus amigos —los de antes—, también dejaron la piel y la cara pegadas en el asfalto. Fue en el ochenta y tantos, cuando hubo un descalabro financiero que provocó el desplome de la bolsa. Sus amigos de oficina —y algunos más—, también se dieron un buen desplome saltando desde la ventana de un ático con vistas a la Diagonal.

   Los tambores redoblan por la avenida de la catedral y se pierden por las callejuelas del barrio Gótico, entre piedras meadas y laberintos sin luz. Me siento con don Jenaro en la acera. Somos dos diablos con billete pagado al infierno —ni Dios nos va a quitar ese billete—. El eco de los tambores hace tambalear las luces rojas que iluminan la acera cuando los nazarenos doblan la esquina y aparecen a lo lejos. Mi mujer —decente ella—, apaga los faroles rojos al paso de la comitiva, aunque no le da tiempo a descolgar el anuncio del balcón. Los nazarenos alegran los redobles al ver el letrero: dos tetas enormes y un gran trasero, de cartón-piedra, se agitan a cada golpe de tambor.

   Lola, Lulú y Lupita salen a la calle, revueltas de pelo y de ropa. Entre cliente y cliente, les da tiempo de arreglar sus asuntos con lo divino. Mis ojos —algo más revueltos que sus pelos—, se reparten entre lo divino y las divinas —porque las chicas están divinas—. ¡Dios, qué cuerpos! Eso sí que son tambores: son tambores blancos y blandos, redondos y hermosos aunque tengan el parche rajado de tanto echarles música. Son tambores de feria, de plástico barato, sin velos ni terciopelos violetas. Mis tambores van adornados con transparencias y con flores de colores estampadas con algo de mal gusto. Con un pie en la puerta y otro en la acera —entre un quiero y un no quiero, y con el corazón partido entre dos mundos—, mis niñas me bailan siguiendo el ritmo indecente de un organillo desafinado que sale de la penumbra del local. Los nazarenos redoblan sus pesares, y las niñas redoblan sus gracias y balancean sus cuerpos a derecha e izquierda, haciéndome requiebros de samba cuando piropeo sus andares. Yo, que ando también con un pie en cada esquina del mundo, le rezo algo al nazareno que lleva una cruz a sus espaldas, aunque sin muchos lujos y sin pretensiones de adecentarme el alma para ganarme los favores del cielo.

   Lupita me hace un guiño y me regala sus escotes, muy salidos en carnes y hermosuras. Los nazarenos, con sus cruces y sus tambores a cuestas, se recogen calle arriba hacia la catedral; yo, me recojo en los brazos de Lupita; y Penélope, llevada por un ataque de celos, nos recoge las maletas y nos deja a los dos en la calle. De eso hace ya cuatro días, y desde entonces no he vuelto a saber de Penélope. Lupita y yo nos fuimos a una pensión barata del barrio, con lo puesto, dos maletas, y con dos billetes de tren en el bolsillo que no iban a llevarnos a ninguna parte.

_________
   Este relato ganó el Primer Premio del II certamen literario de poesía y narrativa Femcultura; de Barcelona, el 17 de abril de 2004. Posteriormente, fue publicado en Miami por el Instituto de Cultura Peruana.

james-stamler-k3hedkwh0a-unsplash

Los Angeles

1000010100.jpeg

    Les miasmes de la calda, del llibre “digues que sóc agosarat”

 

   Primer Premi XVI Premi Jalpí i Julià de Narrativa. “Premis Sant Celoni 2005”, convocats per l’Àrea de Cultura de l'Ajuntament de Sant Celoni.

  Sant Celoni, (Barcelona), 23 d’abril del 2005

 

   M’estava repenjat a la paret del carrer com un llangardaix que prenia el sol. No passava ni una mosca: totes les mosques eren amb el gos. Potser mitja hora més tard––no ho podia saber amb certesa––, vaig veure passar un gat negre que caminava de puntetes per la plaça i que enfilava el carreró estret que baixava fins a la badia. Vaig riure com un idiota, segurament perquè mai no havia vist un gat caminant de puntetes com si fos una ballarina. Va passar per davant del gos fent equilibris amb les puntes dels peus, segurament perquè l’instint li deia que no es podia refiar de cap gos, ni que fos mig mort. Semblava una ballarina peluda i negra, lletja com el pet d’un dimoni, i caminava dreta com un pal. Li podia sentir el soroll de les ungles quan les rascava a terra, i això em posava tan nerviós que jo també podia sentir les meves ungles que grataven la pell de les sabates com si els dits dels meus peus fossin les mans d’un pianista. Duia unes ungles de dos mesos, ben llargues i negres, i era a punt de rebentar les sabates. Extasiat de surrealisme, de gats negres i d’ungles negres, em vaig quedar mirant el gat una bona estona fins que, sense cap motiu visible, va desaparèixer carrer avall tot de cop, com si hagués volat d’una puntada de peu al cul. No sé què li havia passat, però corria que semblava que es volia desempallegar de l'ombra que duia penjada a l’esquena. La calor m’enredava amb al·lucinacions estranyes i els llums que m’il·luminaven els altars del senderi se m’apagaven de cop; era com si algú m’hagués bufat les espelmes del pastís d’aniversari. Déu!..., donava cops de pal com si fos cec.

  Vaig caminar només dues passes, que se’m van fer llargues com una travessia pel desert, i em vaig quedar al bell mig de la plaça de l’església, palplantat amb els meus records i com si m’haguessin clavat enmig dels dos xiprers. No em movia ni un pèl, i sentia que les meves arrels també eren molt fondes. Tots tres fèiem la mateixa cara d’avorriment.

  Les miasmes de la calda feien ballar els empedrats del carrer, que es bellugaven com ballarines exòtiques que s’insinuaven amb moviments incestuosos. Les pedres rodones semblaven pomes que rodolaven pel pendent i l’ombra dels arbres més prims i llargs semblaven serps. Era una visió surrealista del paradís: les serps s’arrossegaven per terra com si fossin fal·lus gegants i les pedres cridaven com un exèrcit de verges afamades.

  Una noia va creuar la plaça. Duia un vestit vermell, molt cridaner, que contrastava amb el rerefons blanc de les cases pintades de calç. Era com un gerani que havia caigut d’un balcó. Me la vaig quedar mirant amb una fascinació vergonyosa veient com les ombres dels arbres s’arrossegaven per terra i li pujaven per les cames..., i després per les cuixes. Eren serps carregades de verí, però de picada gustosa. Envejava aquelles serps. Podia sentir l’olor d’una verge d’una hora lluny: era com un nard que floria vora el mar i es mullava de sal quan s’obria amb l’escalfor de la primavera. Feia un dia preciós. L’aire duia essències de nard. Era una pinzellada màgica, una ambrosia que les calcetes d’aquella noia absorbien com si fossin una esponja. Darrere d’ella venia un Cadillac negre antic. Un xofer inexpressiu com un ninot de cartró duia de passeig en Dalí i el seu amic, en Carlos––la Violetera––. De fet, l’estaven seguint. En Dalí també tenia un nas especial per a olorar les verges i Cadaqués era com un petit laberint ple de carrers torts. Era un joc. Li agradaven les verges, tot i que no les provava mai.

  Una paret blanca, una noia de vermell i un cadillac negre: semblava un d’aquells cartells que Touluse Loutrec pintava per al Moulin Rouge de París. M’ho mirava fascinat. La noia movia el culet i feia ballar la faldilla vermella com si fos el capot d’un torero, i en Dalí picava amb el seu bastó la carrosseria del cotxe. “Bra-vo”..., “bra-vo”––cridava mentre la noia li feia dues veròniques––. El ninot de cartró––el xofer–– accelerava i frenava i es deixava torejar a caprici. La Violetera no deia res, però se’l veia satisfet, ofenós com un gerro de flors fresques que encara escopien sàvia pel tall de les tijes. Em va saludar traient la mà per la finestra. Semblava el Papa repartint benediccions. En Dalí ni em va mirar, però la noia em va picar l’ullet. Em sentia com si tingués un niu de formigues dins dels pantalons. Sabia que ens tornaríem a veure. A Cadaqués, tothom es tornava a veure; vivíem aïllats del món. La noia, cansada de jugar, va tombar la plaça i va córrer carrer avall com una princesa sense sabates. La vaig perdre pel laberint de carrers torts que baixaven fins a la badia com si tot plegat hagués estat un miratge, una ventada de tempesta que m’esglaiava com una fuetada. A dins del meu cor petaven llamps i trons, però vaig riure perquè el Cadillac es va quedar clavat a la plaça. El ninot de cartró––el xofer––, sempre impertèrrit, quan va veure que no podia baixar per aquell carrer, va tirar pel dret i va enfilar la carretera que duia cap a Portlligat. En Dalí, contrariat, cridava com si fos un nen a qui prenien l’entrepà de l’esmorzar. La Violetera em va dir, amb un gest de les mans, que ja ens veuríem a la nit en una orgia que en Dalí organitzava per a tota la seva cort d’aduladors. Tothom parlava d’aquelles orgies, encara que ningú no les havia vistes mai.
 


 

1000010532.jpeg

   Del llibre « A trenc d'Alba »

 

  Pròleg a cura de Giovanna Mulas (escriptora italiana)

   « Llegeixo un autor que li encanten les formes de l'íntim món de les dones, que es posa plenament en la evidència d'una afectació de la seva vida i de la seva experiència en l'amor íntim, en el seu oblit únic i infinit. Per tant el relat útil i dolç es desenvolupa dins d'allò que és bo i bell; el “lusinghevol cant” esdevé poesia on l'oïda agraeix calmada amb la ment aguda i el cor gentil. La narració agafa el valor més alt i consolador, i conforta en el més íntim la visió d'una civilitat racional, natural, agradable i virtuosa en la qual tots els atributs narratius, de “l'insípid al clímax” fins al natural i desorientat, deslligant-se de la vicissitud literària (que és un carro al·legòric), s'encasella a la perfecció com les peces d'un trencaclosques, aconseguint una qualitat pròpia, profunda i universal. És una transformació que parteix d'allò del més recòndit durant tota l'al·legoria de l'obra, dins i fora dels límits de la realitat biològica i del llenguatge, en una coherència ordenada segons la realitat de la llei natural de l'univers proporcional.

   “Bene bennidos in sa bida”. Benvinguda a la vida: en el mar, en els boscos amagats a la mirada que vola sense aprofundir, en aquell tercer graó de granit roent .

  Que tingueu una bona lectura ».

   (Traducció del pròleg a cura de Chiara Giacomelli)

   

“Regalatemi il mare per conoscere l'uomo. Io, sono un mare”

  Giovanna Mulas

 

  Cap d’es pins (badia de Fornells), Menorca. Estiu del 2000.

  Com totes les tardes, l’Alba caminava per la platja de sa Cap d’es pins, coneguda com la platja de les dunes, al nord de l'illa de Menorca. Aleshores, acabava de fer trenta-set anys..., i recordava, recordava vora l’aigua els sorolls de la infantesa…

   L’Alba tenia els ulls terrosos, com la sorra de les dunes de la badia quan trencaven les primeres clarors de l’alba..., i, els seus cabells, també sorrencs com aquelles dunes, li queien a les espatlles com si fossin els rissos de les onades.

  De petita, la mare li explicava contes a cau d’orella, assegudes vora aquelles mateixes onades que trencaven a la badia, i li deia:

   “Així com l’esmolet esmola un ganivet, els anys, alhora que passen pel rosari del temps, esmolen les pedres. El que no fa l’esmolet ni el temps, però, ho fa amb santa paciència l’oceà. Sota aquest blau insípid i avorrit, s’hi amaga un bon esmolet que, davant la mirada d’uns peixos amb ulls de gripau, fa fregadissa a trenc de les onades”.

  L’Alba ficava el cap a dins de l’aigua i buscava l’esmolet..., però l’esmolet no hi era i, els peixos amb ulls de gripau, tampoc.

   Recordava i caminava descalça pel pendent de sorra on trencaven les onades…

   Grans claps d’algues i petxines dibuixaven el perfil fins on arribava l’aigua. Feia fortor de iode i de peix. Mosques, crancs i petites bogues atrapades a les xarxes s’assecaven al sol. Els gats feien diumenge.

  Barques palangreres esventrades a la sorra, velles i deslluïdes de molts anys de solcar l’aigua, s’amaraven de sol. Escalons, fitores i cofes es barrejaven amb caps, sirgues i cordills que servien per reforçar les línies mare de la xarxa: les armadores. Un escampall de boies feien una catifa de colors al terra, juntament amb unes pannes rectangulars emprades pels arts del sardinal, o el conegut com “suro rodó” per on es filava l’armadora de l’ormeig. Tot era un desordre acuradament ordenat.

  L’Alba caminava descalça pel mig d’aquell escampall d’objectes enterrats a la sorra. Tot semblava que era allà mateix, com si la mà del temps no hagués mogut res del seu lloc.

  Trepitjant els suros i les xarxes s’enredava en un munt de records. Eren històries de quan era petita, eren contes a cau d’orella..., de tardes d’estiu, d’olor de platja i d’aigua vora els esmolets que feien fregadissa a trenc de les onades. A vegades encara els sentia, i n'escoltava les veus que s’amagaven dins de les caragoles que aquelles mateixes onades deixaven espargides a l’arena.

  Agenollada a terra jugava amb l’escuma i la sorra, i amb les pedretes que li corrien per les mans. Havia tingut un dia dolent..., un de tants perquè ja n’havia perdut el compte. Aleshores agafava el cotxe i fugia d’aquella platja i d’aquells records. Deixava enrere les dunes de sa Cap d’es pins i s’allunyava per un camí de cintura que duia a l'altra banda de la badia. Corria desesperada, cremant gasolina i pensaments, i prement el pedal de l'accelerador fins a baix de tot. El cotxe, un Citröen antic de color groc ––un “dos cavalls” que es deia “Braulio”––, tremolava com si hagués de perdre les llaunes de la carrosseria pel camí, però ella continuava accelerant i ofegantlo, talment com s’ofegava ella. Seixanta, setanta, vuitanta, noranta..., premia l’accelerador amb una ràbia que no podia controlar, buscant una corba, un arbre, un marge perillós. Aquell dia però, no va trobar res. La sort, l’atzar, o potser els seus esmolets, li van trencar la corretja del ventilador i en Braulio es va quedar tirat una mica abans d’arribar al poble.

 

 

 

1000016515.jpeg
1000010532.jpeg

   Adaptació de l’obra « al nord més nord possible », del llibre « A trec d'Alba »

 

  Primer premi XVI concurs de narrativa Grup de Dones d'Ulldecona i Entitat de Sant Lluc. Ulldecona (Montsià). 19 octubre 2003

 

  El sol sortia lentament per l’horitzó, a la línia on es barrejaven els dos blaus: el blau del cel i el blau del mar.

  La sorra es daurava amb les primeres clarors i les ombres de les dunes anaven canviant contínuament. Es dibuixaven a l’arena formes estranyes: cares que sortien de no res i que es movien sense parar fins que desapareixien de la mateixa manera que havien sortit. Semblava que les dunes estiguessin plenes de fantasmes..., tot i que no sabia si eren els seus fantasmes o si eren––qui ho podia saber?–– les fades dels contes que li explicava la mare.

  A trenc de les onades, i quan el vent seduïa amb els seus moviments de serp la sorra daurada, recordava aquelles històries:

   “Gira i gira la roda del temps, com una roda de molí que trinxa gra. Gira i gira la roda del temps, però, cap roda ni cap molí, no girarà amb prou força per a trinxar el gra del meu molí”.

 

* * *

 

   L’Alba baixava pels turons de sorra de les dunes fent l’avió: amb els braços aixecats i sense roba..., sense rumb, sense nord, sense esma de res. “Ruumm..., ruumm”––rondinava l’hèlix que girava..., que girava despertant els sorolls de la infantesa––..., i el vent pentinava les dunes i aixecava nuvolades de pols lleugeres com si fossin cendres del temps, talment com si fossin les seves cendres. “Tant de bo ––es deia–– que m’enlairés i no tornés”... “Tant de bo que les penes fossin com aquestes dunes que es desfan amb el vent... Tant de bo que tingués el temps i la paciència que ha desgranat aquesta sorra de les arrels de la muntanya... Tant de bo que jo també podés deslliurar-me de les meves arrels..., desgranar la muntanya..., fer-ne rocs..., i dels rocs pedres..., i de les pedres sorra..., i de la sorra pols”.

   “Ruumm..., ruumm”. Corria amunt i avall de les dunes buscant el seu nord..., i enfonsava els peus a l’arena i, a cada passa, enterrava una part dels seus pensaments, encara que la por, la desesperança i la impotència, no es podien enterrar.

   

* * *

 

  L’Alba passejava despullada per l’arena mullada de les dunes, resseguint el perfil de l’aigua. Es mullava els peus, res més. Els ulls ja no se’ls mullava. Ja no li quedaven llàgrimes per a res, ni tampoc per a ningú: tot el que podia plorar, ja ho havia plorat..., i de llarg.

  Escoltava els sorolls de les onades quan trencaven a la sorra. L’aigua anava i venia..., “xapsss”..., “xapsss”..., i arrossegava mar endins la seva tristesa, els seus records..., “xapsss”.

  A l’Alba li agradava d'enfonsar els peus nus a l’arena, i sentir les fiblades de les pedretes que la punxaven com agulles. De petita, la mare li explicava contes a cau d’orella, assegudes totes dues vora d'aquelles mateixes onades. Li deia: “De la mateixa manera que un esmolet esmola un ganivet, els anys, a l’hora que passen pel rosari del temps, esmolen les pedres. El que no fa l’esmolet ni el temps, però, ho fa amb santa paciència l’oceà. Sota aquest blau insípid i avorrit, s’hi amaga un bon esmolet que, davant la mirada d’uns peixos amb ulls de gripau, fa fregadissa a trenc de les onades”. L’Alba ficava el cap dins de l’aigua i buscava l’esmolet..., però l’esmolet no hi era i, els peixos amb ulls de gripau, tampoc.

  Caminava d’una banda a l’altra de la platja deixant que les ones l’esquitxessin. Li agradava sentir aquella frescor que li corria pel cos despullat. De tant en tant, es girava i mirava les petjades que quedaven marcades a l’arena. Es recordava de la mare i de quan elles dues corrien per aquella mateixa platja. Era un joc. Els agradava trenar un camí ple de petjades. Darrere d’ella, però, les petjades de la mare ja no hi eren. Aleshores, va recular per l’aigua––per no deixar cap marca a la sorra––, i després va tornar a fer el mateix camí que havia fet abans per deixar unes segones petjades marcades a l’arena, al costat de les primeres.

  Es va asseure damunt d’una petita duna i se les va mirar. Sabia que la mare ja no hi era, però ella feia com si encara hi fos. Què li costava?..., a qui li importava?



 


 

1000016512.jpeg

   “El dia que el món aconsegueixi canviar-te…, s'hauran acabat moltes coses boniques d'aquest món”.

 

Del llibre “Per les vores de dues pells”.

1000015991.jpeg

La calle de Miraflores

(publicado en la revista Almiar)
__________
Jordi Buch Oliver

  «Un hombre escribe para expulsar el veneno que ha acumulado debido a su estilo de vida falso. Está intentando recapturar su inocencia, pero todo lo que logra hacer (escribiendo) es inocular el mundo con un virus de su desilusión. Ningún hombre pondría una sola palabra en un papel si tuviera el coraje de vivir aquello en lo que creía». (Henry Miller)

 

   Paseando por ese mundo que Henry Miller
describió en su novela Trópico de Cáncer
 

   Si en el mundo hubiese una calle tan indecente que no fuesen ni a mear los perros, esta sería, sin duda, la calle de Miraflores: una calle llena de olvido, de pobreza, de desaliño, y de hedores pestilentes que rezuman por todos los rincones y que se pegan como la mugre que va recubriendo sus paredes con enormes hongos como si sus ladrillos de barro fueran de pan enmohecido.

  El día es gris..., enormemente gris: con sus nubes, sus paraguas, sus gabardinas y sus adoquines resbaladizos. Todo, todo gris.

   Estoy al fresco, en el balcón de mi casa, y mirando a la vecina de enfrente que anda desnuda, y algo más fresca que yo, y medio escondida entre los visillos blancos de su ventana que bailotean con la brisa..., una jodida brisa que no despega los visillos de su cuerpo ni tan siquiera cuando resoplo con mis pulmones como si fuera un ventilador para darle algo más de aire a esos jodidos visillos. Úrsula —mi vecina se llama Úrsula—, es una señora de cabellos lacios y negros, con la piel muy clara, y con unos ojos grandes y verdes como dos aceitunas tiernas.

   De Úrsula, no sabría muy bien qué decir porque apenas la conozco. Desde luego, somos amigos, pero, amigos en la distancia, y, eso, suena algo raro porque la distancia que nos separa es muy corta: tanto o más corta que nuestra amistad. Úrsula, sin embargo, siempre se deja querer..., en la distancia, claro. A veces, me desconcierta porque sabe que la estoy observando con todo descaro..., y, desde luego, soy algo descarado porque la calle es muy estrecha y no tengo reparos en dejarme ver. De hecho, estoy a tiro de piedra y sería un blanco perfecto si quisiese sacudirme con una de esas hermosas macetas que adornan su balcón con geranios floridos. Y..., así ando yo: haciendo florecer también mis deseos cada vez que ella se mueve entre las sombras y esas jodidas dobleces de los visillos que se agarran a su piel como si fuesen esos mismos demonios que hacen bailar mi imaginación.

   Anochece..., lentamente..., muy lentamente; y las luces de las farolas se van encendiendo y salpicando las aceras con puntitos de color que parecen guirnaldas de verbena que se pierden a lo lejos de la calle.

   Úrsula, se ha metido en su habitación; pero la brisa sigue corriendo entre los visillos blancos de su ventana que bailotean como si fuesen suspiros de deseo. Y puedo sentir ese deseo..., y también el sabor de su piel que se ha quedado pegado entre los pliegues de los visillos. Y respiro profundamente..., muy profundamente para ahogarme de aire, de su aire, y absorber el olor de su desnudez como si fuera un cerdo hurgando en las miserias de mis deseos.

Úrsula ha encendido la luz de su habitación: una triste bombilla que cuelga del techo con un cable eléctrico retorcido y aterciopelado de polvo. La observo, entre las sombras de los visillos, y entre los brillos amarillentos de esa jodida bombilla que me deslumbra. Úrsula se tumba en su cama, desnuda, y apaga la luz.

   Me quedo solo en el balcón y con la brisa de la noche que, poco a poco, va corriendo algo mas fresca por la calle..., y no es la única fresca que, a esas horas, empieza a correrse la calle. Con algo de frío, me abrigo con un jersey de lana que me hace sudar al momento. A eso de las diez, y bajo la tenue luz de unas farolas que a duras penas se aguantan en pie porque están medio torcidas y golpeadas, se van formando pequeños grupitos de señoras: todas ellas con bolso y con mucho color, pero con poca cosa más. Mientras tanto, los primeros vampiros de la noche empiezan a volar haciendo algunos titubeos tontos antes de apostarse en una u otra farola. Luego, unos y otros, hablan de amor y de dinero: de sus cosas.

Lentamente..., muy lentamente, van pasando las horas y las farolas se van quedando vacías. Al amanecer, sólo hay papeles, alguna que otra botella, y algunos globos pinchados que todavía escupen algo de felicidad.

   En la habitación de Úrsula, se enciende la luz. Son las seis en punto de la madrugada y, como cada día, se levanta, se da un baño, y se viste. Luego, se asoma a la ventana y mira a sus geranios que florecen hermosos. Entre la brecha de cemento que separa las dos aceras, y en lo alto de los tejados de las casas, se ve un pedazo de cielo. El cielo está gris, como siempre.

 


 

1000016996.jpeg

   Independència i l’Espanya de la pandereta i les pellícules pornogràfiques del rei Borbó 

 

   Jordi Buch Oliver

 

   Independència (Definició): posar un ou al microones i pensar que pots tancar la porta sense enganxar-te l'altre ou.

 

   2013

      Un bar xines, un escriptor mediocre que repassa un manuscrit de l’Espanya dels anys 20, i una cervesa barata…

   Un home fa fúting des de la porta del carrer fins al vàter––diu que fa la volta a l’illa de cases––; un altre, un transportista de poca volada que és autonom, però que ara es fa dir independent, xiula Fly me to the moon, (vola amb mi a la Lluna) de Sinatra, i un xines petit––que té tres anys i és fill de l'amo–– canta amb un microfon de plàstic endollat en una capsa de cartró.

  La vida, a vegades, et fot masses sotragades.

 

  Anys 20

 

  L’Espanya de la pandereta i les pel·lícules pornogràfiques del rei Borbó.

 

 Capítol 1. Part primera:

 

   Pujaven dues monges, discretes, en acció penitent, i es persignaven quan el tren arrancava. L’una, agafava el rosari que li penjava de l’habit i passava les denes com si tingués pressa a donar-li tres voltes abans que el tren descarrilés. L’altra, que era molt més jove i bronzejada, creuava les cames i mirava per la finestra. Una monja mai creua les cames. Segurament era una novicia o havia fet els vots feia poc.

  L’Arnau tenia una tirada a l’avi i al pare. Sempre va veure cardar llana a casa seva i ho duia a la sang. Desgraciadament no va poder heretar el negoci familiar. Avi i pare estaven ben enterrats i els enyorava. L’avi era dels homes més rics del cementiri. El pare era diferent. El van enterrar aprofitant el panteó familiar, que van engrandir fent un forat a terra damagat per a no pagar despeses de manteniment ni impostos a l’ajuntament. Semblaven una colla de miners anant a picar de nit i amb la mísera llum d'unes espelmes. Feia feredat. L’enterramorts també els va donar un cop de mà i va fer desaparèixer la caixa i al pare, que van enterrar de nit i sense l’acompanyament de cap parent ni amic ––tampoc en tenia gaires––, La caixa, de segona mà, van haver d'omplir-la amb dos sacs de calç ––no pas per a fer pes inútilment; el pare de l’Arnau ja era prou pesat––, més que res s’hi van veure obligats perquè va morir d'unes purgacions que li van podrir els ous i ulcerar l’anus. Deien que era per culpa d’una de les dones que havia treballat a la fàbrica, i que després va acabar fent companyia a les «faroles» pels vorals del port. Ningú no ho sabia del cert. Les «faroles» més sol·licitades eren les del Moll de Pescadors, al costat de la Torre del Rellotge. Miranda ––la noia d’ulls negres i encisadors de la fabrica––, preferia les «faroles» de l’edifici de la Duana. El sergent Gutiérrez, que custodiava aquelles dependències, era un home de pit pelut, mostatxo perfilat amb goma-laca i cul estret, com els toreros. Li deien el «trabuc», fent honor a l’artilleria pesada que amagava darrera la bragueta. Miranda li explicava a l’Arnau ––el pare es deia com el fill––, que el sergent Gutiérrez era capaç de posar-se la titola al cul. No era contorsionista; era militar. Ningú podia imaginar-se ben bé com el trabuc del sergent Gutiérrez va acabar ulcerant al pare. Fos com fos, quan van enterrar-lo, quasi de nit i un dia plujós, es va sentir un tret, una salva d’honor, al cementiri de Montjuïc.

   Matilde es mossega els llavis, sucosos com una maduixa. Li agrada el gust i l’olor de les cremes de tocador. Li agrada el vermell, intens, rouge passion. Pell de porcellana, llavis vermells i vestits negres. Es veu anunciada en un rètol lluminós del Folies Bergère de Paris. S’imagina la vedet que inspirà a Toulouse Lautrec: blancs, vermells, negres…

   Un venedor de vàters li té l’ull clavat a les cuixes, i això que és borni. L’Arnau ––l’amant de Matilde–– dorm plàcidament al seu costat. L’una del migdia. El tren arriba a Arenys de Mar.

  Un rètol rovellat anuncia el Balneari Lloveras; gran i majestuós com els hotels de la Riviera Francesa. Escalinates pomposes, columnes de tall grec, unes quantes palmeres i un negre que duu un mico a l’espatlla, amb barret de mariner, i que fa de guardaagulles en el pas a nivell. El tren s’atura a tocar d’una caseta de fusta. El venedor somriu. És el vàter angles del balneari que utilitzen les senyores quan van a la platja. Va ser la primera venda de prestigi que va fer a Arenys de Mar. La recorda perfectament.

   ––És una meravella d'enginyeria. Porcellana de la bona. Un seient de ministre! ––diu en veu alta dirigint-se a Matilde, orgullós.

  El negre saluda al venedor de comunes.

   ––El coneix? ––pregunta Matilde.

   ––Gairebé no. Conec al mico.

   --Curiós.

   ––Sí. Sí senyora.

   ––Perdoni. Sóc senyoreta.

   ––Ah. Ho sento. La feia casada.

   ĽArnau ––que encara està dormint–– comença a fer nosa.

   ––És un amic. Sols això.

 

 

   El transportista marxa volant (Fly me to the moon, vola amb mi a la Lluna). Aleshores entra un pintor de pot de llauna i brotxa grossa que canta boleros (comenta que canta més que no pas pinta). L’home que fa futing el saluda tot passant. El xinet, que ha canviat de capsa de cartró després de practicar-li cinquanta forats, segueix capficat en fer sonar el micròfon ––la paciència oriental no té límits––, Arriba un legionari: una mena de nostàlgic que llueix uniforme militar, encongit (de tres talles, a cop d'ull). Es demana un tercio (una mitjana). Per la tele els tertulians d’un magazine matinal madrileny parlen de la declaració d’Independència d'Artur Mas. El legionari bufa el tercio com si fos una corneta. No sona! El xinès, que se’l mira de reüll, es pregunta per què no l'endolla en una capsa de cartró.

 

  Capítol 1. Part segona:

 

   A Matilde se li estova la mirada i el culet li rellisca pel seient, provocadora, deixant que la faldilla li pugi per les cames com el teló d’un escenari. Les mitges les duu lligades amb unes betes i brillen com les babes de cargol, perlades i sinuoses. L’Arnau, de genolls, hi recitaria un fragment d’Otel·lo perquè és un intel·lectual, perquè l’encisa el personatge del moro venecià o, senzillament, perquè és imbècil i no sap tirar pel dret. Al venedor de vàters, en canvi, se’l veu més espavilat, però no fa pinta de saber tirar pel dret, amb l’ull borni, ni tampoc l’imagina de genolls i fent de moro venecià recitant-li Otel·lo. Pobre home! La seva feina salta a la vista que és una merda i, possiblement, també seva vida. Vàters? Tasses? Tapes? Seients de porcellana? L'imagina fent l’article als clients. Què li diu, a un client? «Miri quin seient! Fixi’s quin perfil. És ovalat. Ho veu? Es podria dir que l’han fet a mida del seu cul». Segurament el client tindrà més mala puça que el moro venecià i l’empalarà com un pinxo morú. Pobre! Aquell desgraciat es mira Matilde tan sols amb un ull. L’altre, és de vidre. Aquell home no fa ni mig pecat.

  L’home, destil·lant suor freda, desvia l’atenció cap a la finestra, cap al mico, tot i que l’ull borni, el de vidre, encara el te clavat a les cuixes de Matilde. Li pregunta…

   ––Estrangera?

   ––Sí, d’Itàlia, però de pare sard i mare corsa. Una barreja.

  El maquinista carrega la caldera i la xemeneia escup fum negre.

   ––Pobre Bunga...

   ––Bunga?

  Sí, en Bunga és el negre. Quin home! Cada vegada el veig més fosc. Hauria de canviar de feina. Sí! Hauria de canviar de feina. Va venir de les colonies africanes dels espanyols. Si no recordo malament la mare era de Fernando Poo, de les illes Bioko del golf de Guinea, i el pare de Tetuan, del Protectorat espanyol de Marroc. Moro, moro! Espanya i França van signar un conveni de territoris conquerits. Pelaven moros i es quedaven les seves terres. D'això en deien «Protectorat», Vaja..., que encara havien d'estar agraïts.

   ––Ho diu com si la missa no anés amb vostè...

   ––Sí. Veurà. A casa, som republicans i ateus. El Pare era un històric del 73, d'aquells que quan es llevava amb mala hòstia tenia ganes de pelar quatre capellans abans d'esmorzar. Pobre desgraciat! Es va emborratxar d'alegria i de vi dolç ––de missa–– el dia que el rei Amadeu I va renunciar a la Corona espanyola. Miri que el meu pare anava recte com un filferro, però el vi de missa el va doblegar. Eren temps difícils en plena guerra de Cuba, amb la Tercera Guerra Carlista i amb les conxorxes dels monarquics alfonsins que volien recuperar la dinastia borbònica. Aquest mico té més dignitat que tots plegats.

  Entra un perico, És un bon home. El que fa fúting el saluda tot corrents i el xinet li ensenya el micròfon de plàstic. «Mila, mila» ––li diu.

  Recorda amb enyorança l’estadi de Sarrià i jugadors com Ricardo Zamora, Di Stefano o Kubala. Les tardes de diumenge les passava escoltant a Matias Prats a la ràdio. «La voz de España»––diu amb orgull––. Des que va arribar el fabricant de llaunes Dani, però, tot ha canviat––es lamenta––. Entre flores, fandanguillos y alegrías... Que viiiiva Españaaa!!».

 

  Capítol 1. Part tercera:

 

  El mico entra per la finestra amb una tassa de llauna a la mà.

   ––Li ha de donar una propina senyoreta...

   ––Matilde. Em dic Matilde.

  ––Bé, doncs... li ha de donar una propina. És el costum. Diuen que els senyors d’Arenys de Mar són tan tibats que dormen tots els dijous amb barret. També és un costum; poca-solta, però un costum. Prefereixo el mico. 

  Les tetes de Matilde ballen amb les rialles; per sort, són del costat de l’ull borni del venedor de vàters i pot bellugar-les sense miraments.

   ––Encantador ––diu Matilde.

   ––Gràcies.

   ––No, perdoni. Parlo amb el mico. Miri, miri..., li dono una moneda d’un cèntim i balla.

  ––És un mico. No pot fer altra cosa.

  ––Suposo que no.

  L’Arnau obre l’ull dret i la parpella li tremola com el dit del telegrafista del Titànic el dia del naufragi. El mico ––torracollons de mena–– li ensenya les monedes de coure que ballen dins la tassa de llauna. D’on cony ha sortit?

 

* * * 

 

   A la tele fan un reportatge del Rei. L’elefant africa, l’os siberià borratxo, etc... El xinet, que ja entén alguna paraula de català, llença el micròfon i es posa al pit una placa de xèrif, es lliga a la cintura unes cartutxeres amb dues pistoles ––imitació Colt––, i es posa a repartir trets a tort i a dret entre la clientela. Això de l’elefant i l’os siberià borratxo l’ha excitat de mala manera i tothom intenta no posar cara d’animal.

   El legionari, que continua bufant cornetes a preu fet, recorda l’estiu del 69, de quan feia el servei militar a Melilla.

   ––Dale niño! Pégale un tiro al primero que se mueva.

   ––Pum, pum! ––va fent el xinet.

   ––Viva Franco! ––crida el legionari.

   ––Eso, eso! Y, el Español, campeón de liga ––afegeix el perico.

   ––Tu, xino-xano ––diu el xinet a l’home que fa fúting.

   ––No nen, no. No vaig xino-xano. Ho veus?––i marxa corrents amb els genolls que li toquen la punta del nas.

   ––Tu, xino-xano ––li diu aleshores el xinet al perico.

   ––Será jodido, este niño!

   ––Chino chano, tú ––li contesta el legionari.

   ––No! Jo, català. Pum, pum!––i li fot dos trets amb la punta del revòlver tocant-li la bragueta dels pantalons.

   ––Joder con el chino! ––crida el legionari. 

   «Si tú me dices ven..., lo dejo todo... Si tú me dices ven...» xiuxiueja el pintor de brotxa que canta boleros.

   ––Em queden dues voltes. Ara vinc ––li diu el que fa fúting.

 

   Capítol 1. Part quarta:

   

   Unes senyores es banyen les cames a trenc d’ones, amb les faldilles aixecades i les calces airejades al sol. Els senyors fan un castell de sorra. Espanya! Són els nous rics que estiuegen a prop de la capital catalana. Barcelona s’ha convertit en un centre de negocis important, de diners fàcils i de mentalitat xavacana. «Un mico disfressat de senyor, és un senyor mico» ––s’està forjant el tòpic de l’Espanya de la pandereta––. Els proletaris tenen ganes de fotre’ls-hi dos trets de revolver i lideren un gran moviment revolucionari que s’estén per tota Europa. Carlistes, anarquistes, Sindicat Lliure, Sindicat Únic (CNT), policia corrupta i bandes mafioses que són finançades per la patronal, es foten hòsties cada dia i Barcelona s’ha convertit en una ciutat sense llei. El Sindicat Únic (CNT) fa servir la pistola semiautomàtica «star», coneguda com la «sindicalista», mentre que el Sindicat Lliure utilitza la «browning». Sembla que, uns i altres, vulguin deixar la seva pròpia empremta d’identitat. On és, l’autoritat? On és, el poder de la monarquia? Diuen que el rei Alfons XIII encarrega pel·lícules pornogràfiques als germans Ramon i Ricardo Baños, de la Productora Royal Films, mitjançant el seu amic, el Comte de Romanones, que és ministre de Gràcia i Justícia en el govern de concentració liberal de García Prieto. L’argument és ben senzill: metges, capellans i funcionaris beneficiant-se a senyores decents (¿?) en un dispensari, en un confessionari, o en una oficina. Déu! La minyona follada en el menjador, dalt de les estovalles del diumenge i sense treure les engrunes del dinar; un metge que endolla lavatives a tort i a dret, i un potentat de bigoti i monocle que rellisca a la banyera i s'empassa una pastilla de sabó, un raspall, i tres dits del majordom que li vol treure tot plegat. Pels claus de la Santa Creu!

   El rei està casat amb Victòria Eugènia de Battenberg, filla del príncep Heinrich von Battenberg i de la princesa Beatriz de SajoniaCoburgo-Gotha del Regne Unit. El seu sogre duu la disciplina de l’exèrcit Prussià a les venes i una vida austera i pautada a cops de corneta, i no pas a cops de raspall. Pels quatre claus que encara li queden a la Santa Creu! El país és ple de sacrílegs, desvergonyits, rojos, comunistes, anarquistes i marietes... i, el Borbó, pelant-se-la com un mico. Les males llengües ––i en el cinema pornogràfic, quan no hi arribava la titola, sovint, hi arribava molt millor la llengua–– diuen que les actrius femenines són prostitutes de bordell i que, els senyors de barret que carden amb mitjons, són aristòcrates disfressats. Espanya! Aristocràcia, monarquia i senyors que fan castells de sorra a la platja!

   Una de les senyores que es banya a trenc d’ones surt disparada en direcció a la caseta de fusta (el vàter anglès). Quan tanca la porta el mico ja és a dins. Per on ha entrat aquell degenerat? El tren arranca i tots plegats es queden amb ganes de saber com acaba la història de la senyora i el mico.

   Independència i l’Espanya de la pandereta i les pel·lícules pornogràfiques del rei Borbó

   

  Jordi Buch Oliver

 

  Independència (Definició): posar un ou al microones i pensar que pots tancar la porta sense enganxar-te l'altre ou.

 

  2013

 

  Un bar xines, un escriptor mediocre que repassa un manuscrit de l’Espanya dels anys 20, i una cervesa barata... Un home fa fúting des de la porta del carrer fins al vàter––diu que fa la volta a l’illa de cases––; un altre, un transportista de poca volada que és autonom, però que ara es fa dir independent, xiula Fly me to the moon, (vola amb mi a la Lluna) de Sinatra, i un xines petit––que té tres anys i és fill de l'amo–– canta amb un microfon de plàstic endollat en una capsa de cartró. La vida, a vegades, et fot masses sotragades.

 

  Anys 20

 

   L’Espanya de la pandereta i les pel·lícules pornogràfiques del rei Borbó.

 

   Capítol 1. Part primera:

 

  Pujaven dues monges, discretes, en acció penitent, i es persignaven quan el tren arrancava. L’una, agafava el rosari que li penjava de l’habit i passava les denes com si tingués pressa a donar-li tres voltes abans que el tren descarrilés. L’altra, que era molt més jove i bronzejada, creuava les cames i mirava per la finestra. Una monja mai creua les cames. Segurament era una novicia o havia fet els vots feia poc.

  L’Arnau tenia una tirada a l’avi i al pare. Sempre va veure cardar llana a casa seva i ho duia a la sang. Desgraciadament no va poder heretar el negoci familiar. Avi i pare estaven ben enterrats i els enyorava. L’avi era dels homes més rics del cementiri. El pare era diferent. El van enterrar aprofitant el panteó familiar, que van engrandir fent un forat a terra damagat per a no pagar despeses de manteniment ni impostos a l’ajuntament. Semblaven una colla de miners anant a picar de nit i amb la mísera llum d'unes espelmes. Feia feredat. L’enterramorts també els va donar un cop de mà i va fer desaparèixer la caixa i al pare, que van enterrar de nit i sense l’acompanyament de cap parent ni amic––tampoc en tenia gaires––, La caixa, de segona mà, van haver d'omplir-la amb dos sacs de calç––no pas per a fer pes inútilment; el pare de l’Arnau ja era prou pesat––, més que res s’hi van veure obligats perquè va morir d'unes purgacions que li van podrir els ous i ulcerar l’anus. Deien que era per culpa d’una de les dones que havia treballat a la fàbrica, i que després va acabar fent companyia a les «faroles» pels vorals del port. Ningú no ho sabia del cert. Les «faroles» més sol·licitades eren les del Moll de Pescadors, al costat de la Torre del Rellotge. Miranda–– la noia d’ulls negres i encisadors de la fabrica––, preferia les «faroles» de l’edifici de la Duana. El sergent Gutiérrez, que custodiava aquelles dependències, era un home de pit pelut, mostatxo perfilat amb goma-laca i cul estret, com els toreros. Li deien el «trabuc», fent honor a l’artilleria pesada que amagava darrera la bragueta. Miranda li explicava a l’Arnau––el pare es deia com el fill––, que el sergent Gutiérrez era capaç de posar-se la titola al cul. No era contorsionista; era militar. Ningú podia imaginar-se ben bé com el trabuc del sergent Gutiérrez va acabar ulcerant al pare. Fos com fos, quan van enterrar-lo, quasi de nit i un dia plujós, es va sentir un tret, una salva d’honor, al cementiri de Montjuïc.

 

     Matilde es mossega els llavis, sucosos com una maduixa. Li agrada el gust i l’olor de les cremes de tocador. Li agrada el vermell, intens, rouge passion. Pell de porcellana, llavis vermells i vestits negres. Es veu anunciada en un rètol lluminós del Folies Bergère de Paris. S’imagina la vedet que inspirà a Toulouse Lautrec: blancs, vermells, negres…

   Un venedor de vàters li té l’ull clavat a les cuixes, i això que és borni. L’Arnau––l’amant de Matilde–– dorm plàcidament al seu costat. L’una del migdia. El tren arriba a Arenys de Mar.

  Un rètol rovellat anuncia el Balneari Lloveras; gran i majestuós com els hotels de la Riviera Francesa. Escalinates pomposes, columnes de tall grec, unes quantes palmeres i un negre que duu un mico a l’espatlla, amb barret de mariner, i que fa de guardaagulles en el pas a nivell. El tren s’atura a tocar d’una caseta de fusta. El venedor somriu. És el vàter angles del balneari que utilitzen les senyores quan van a la platja. Va ser la primera venda de prestigi que va fer a Arenys de Mar. La recorda perfectament.

   ––És una meravella d'enginyeria. Porcellana de la bona. Un seient de ministre! ––diu en veu alta dirigint-se a Matilde, orgullós.

  El negre saluda al venedor de comunes.

   ––El coneix? ––pregunta Matilde.

  ––Gairebé no. Conec al mico.

   --Curiós.

   ––Sí. Sí senyora.

   ––Perdoni. Sóc senyoreta.

   ––Ah. Ho sento. La feia casada.

   ĽArnau ––que encara està dormint–– comença a fer nosa.

   ––És un amic. Sols això.

 

  El transportista marxa volant (Fly me to the moon, vola amb mi a la Lluna). Aleshores entra un pintor de pot de llauna i brotxa grossa que canta boleros (comenta que canta més que no pas pinta). L’home que fa futing el saluda tot passant. El xinet, que ha canviat de capsa de cartró després de practicar-li cinquanta forats, segueix capficat en fer sonar el micròfon––la paciència oriental no té límits––, Arriba un legionari: una mena de nostàlgic que llueix uniforme militar, encongit (de tres talles, a cop d'ull). Es demana un tercio (una mitjana). Per la tele els tertulians d’un magazine matinal madrileny parlen de la declaració d’Independència d'Artur Mas. El legionari bufa el tercio com si fos una corneta. No sona! El xinès, que se’l mira de reüll, es pregunta per què no l'endolla en una capsa de cartró.

 

 

   Capítol 1. Part segona:

 

   A Matilde se li estova la mirada i el culet li rellisca pel seient, provocadora, deixant que la faldilla li pugi per les cames com el teló d’un escenari. Les mitges les duu lligades amb unes betes i brillen com les babes de cargol, perlades i sinuoses. L’Arnau, de genolls, hi recitaria un fragment d’Otel·lo perquè és un intel·lectual, perquè l’encisa el personatge del moro venecià o, senzillament, perquè és imbècil i no sap tirar pel dret. Al venedor de vàters, en canvi, se’l veu més espavilat, però no fa pinta de saber tirar pel dret, amb l’ull borni, ni tampoc l’imagina de genolls i fent de moro venecià recitant-li Otel·lo. Pobre home! La seva feina salta a la vista que és una merda i, possiblement, també seva vida. Vàters? Tasses? Tapes? Seients de porcellana? L'imagina fent l’article als clients. Què li diu, a un client? «Miri quin seient! Fixi’s quin perfil. És ovalat. Ho veu? Es podria dir que l’han fet a mida del seu cul». Segurament el client tindrà més mala puça que el moro venecià i l’empalarà com un pinxo morú. Pobre! Aquell desgraciat es mira Matilde tan sols amb un ull. L’altre, és de vidre. Aquell home no fa ni mig pecat.

   L’home, destil·lant suor freda, desvia l’atenció cap a la finestra, cap al mico, tot i que l’ull borni, el de vidre, encara el te clavat a les cuixes de Matilde. Li pregunta…

   ––Estrangera?

   ––Sí, d’Itàlia, però de pare sard i mare corsa. Una barreja.

   El maquinista carrega la caldera i la xemeneia escup fum negre.

   ––Pobre Bunga...

   ––Bunga?

   Sí, en Bunga és el negre. Quin home! Cada vegada el veig més fosc. Hauria de canviar de feina. Sí! Hauria de canviar de feina. Va venir de les colonies africanes dels espanyols. Si no recordo malament la mare era de Fernando Poo, de les illes Bioko del golf de Guinea, i el pare de Tetuan, del Protectorat espanyol de Marroc. Moro, moro! Espanya i França van signar un conveni de territoris conquerits. Pelaven moros i es quedaven les seves terres. D'això en deien «Protectorat», Vaja..., que encara havien d'estar agraïts.

   ––Ho diu com si la missa no anés amb vostè.

   ––Sí. Veurà. A casa, som republicans i ateus. El Pare era un històric del 73, d'aquells que quan es llevava amb mala hòstia tenia ganes de pelar quatre capellans abans d'esmorzar. Pobre desgraciat! Es va emborratxar d'alegria i de vi dolc––de missa–– el dia que el rei Amadeu I va renunciar a la Corona espanyola. Miri que el meu pare anava recte com un filferro, però el vi de missa el va doblegar. Eren temps difícils en plena guerra de Cuba, amb la Tercera Guerra Carlista i amb les conxorxes dels monarquics alfonsins que volien recuperar la dinastia borbònica. Aquest mico té més dignitat que tots plegats.

   Entra un perico, És un bon home. El que fa fúting el saluda tot corrents i el xinet li ensenya el micròfon de plàstic. «Mila, mila» ––li diu.

  Recorda amb enyorança l’estadi de Sarrià i jugadors com Ricardo Zamora, Di Stefano o Kubala. Les tardes de diumenge les passava escoltant a Matias Prats a la ràdio. «La voz de España»––diu amb orgull––. Des que va arribar el fabricant de llaunes Dani, però, tot ha canviat––es lamenta––. Entre flores, fandanguillos y alegrías... Que viiiiva Españaaa!!».

 

   Capítol 1. Part tercera:

 

  El mico entra per la finestra amb una tassa de llauna a la mà.

  ––Li ha de donar una propina senyoreta...

  ––Matilde. Em dic Matilde.

  ––Bé, doncs... li ha de donar una propina. És el costum. Diuen que els senyors d’Arenys de Mar són tan tibats que dormen tots els dijous amb barret. També és un costum; pocasolta, però un costum. Prefereixo el mico.

   Les tetes de Matilde ballen amb les rialles; per sort, són del costat de l’ull borni del venedor de vàters i pot bellugar-les sense miraments.

   ––Encantador ––diu Matilde.

   ––Gràcies.

   ––No, perdoni. Parlo amb el mico. Miri, miri..., li dono una moneda d’un cèntim i balla.

  ––És un mico. No pot fer altra cosa.

  ––Suposo que no.

 L’Arnau obre l’ull dret i la parpella li tremola com el dit del telegrafista del Titànic el dia del naufragi. El mico–– torracollons de mena–– li ensenya les monedes de coure que ballen dins la tassa de llauna. D’on cony ha sortit?

 

 * * * 

 

   A la tele fan un reportatge del Rei. L’elefant africa, l’os siberià borratxo, etc... El xinet, que ja entén alguna paraula de català, llença el micròfon i es posa al pit una placa de xèrif, es lliga a la cintura unes cartutxeres amb dues pistoles–– imitació Colt––, i es posa a repartir trets a tort i a dret entre la clientela. Això de l’elefant i l’os siberià borratxo l’ha excitat de mala manera i tothom intenta no posar cara d’animal.

  El legionari, que continua bufant cornetes a preu fet, recorda l’estiu del 69, de quan feia el servei militar a Melilla.XXXX



 


 


1000015991.jpeg
1000016997.jpeg

   Tilda de Reni, attrice

 

Verso la dittatura di Primo de Rivera, a Barcellona

 

  Nello scompartimento di seconda classe qualcuno era scivolato perché una donna aveva unto il pavimento col proprio sangue il proprio salame. Addio panino per il marito.

   Indifferente a ogni cosa un uomo col cappello di vimini, vestito gessato e occhialini tondi, cercava di leggere un libro che gli sfuggiva dalle mani. Matilde, la ragazza che era con lui, si teneva un cappellino a forma d’uovo che le copriva la testa fino alle orecchie.

   Matilde adorava Coco Chanel e aveva utilizzato parte dei risparmi per una pessima imitazione di lino nero; il meglio che potesse permettersi. In valigia aveva poche cose; una dozzina di mutande, qualche reggipetto, qualche fazzoletto ricamato e una fotografia di sua madre. Arnau, l’uomo del cappello di vimini, le aveva garantito un armadio pieno di meraviglie, una volta arrivati a Barcellona. Era entusiasta di quel viaggio.

   «Per avere successo nei teatri del Paralelo hai bisogno di cosce forti, e non di gonne di Chanel», pensava l’uomo mentre leggeva Oscar Wilde. Tra le mani aveva la biografia in inglese scritta da Robert Harborough Sherard, The Real Oscar Wilde, uscita a Londra nel 1917. Su chi voleva fare impressione fingendo di leggere in inglese "il vero Oscar Wilde"? La puttana di Lord Alfred Douglas. Capiva si e no una parola ogni dieci. Arnau associò il pensiero al ricordo del giorno prima, nell’osteria di Marsiglia. Anche lì sfogliava lo stesso libro. Fu poco prima di prendere il treno per la Spagna.

   ––Che vuole questo?

  Meglio per la salute di Arnau che la gente dell’osteria non fosse molto istruita e ignorasse bellamente Oscar Wilde. L’assenzio correva a fiumi. La Fée Verte era stato proibito nel 1915, ma nei quartieri periferici si continava bellamente a bere. Un gobbetto suonava un organetto. Diceva che era una fisarmonica diatonica e cercava di spiegarne il funzionamento, nascondendo però che fosse stata inventata dagli austriaci. La sua canzone era triste. Una mademoiselle era annegata nella Senna per colpa di monsieur Dupont; o magari era caduta da un ponte, Arnau non si era mai applicato nello studio delle lingue, ciononostante, era certo che l’elica di un barcone l’aveva ridotta in pezzi, la povera mademoiselle.

   ––Che vuole questo? -ripeteva un operaio dei cantieri navali che fumava una gitane gialla. É certament un finocchio.

  Matilde mangiava zuppa di pesce. Arnau, accanto a lei, leggeva «il vero Oscar Wilde» e sfuggiva gli sguardi. Il cappello di vimini gli cadde a terra per una gomitata e il tipo del tavolo vicino ci sputò. Arnau era rigido sulla sedia, gambe unite e schiena dritta. Girava una pagina del libro bagnandosi le dita con la saliva.

   ––L’ultimo finocchio passato da queste parti ha avuto 1’uccello spuntato ben tre volte––diceva per farsi sentire––. Spuntargli la testa non aveva senso. E non perché non fosse una vera testa di cazzo.

   ––Anche a lui, dai! Affettiamogli il cazzo, e le fettine le mettiamo nel suo bel cappello ––diceva il più ubriaco.

  Se l’era vista brutta. Fortuna che quelli avevano solo voglia di scherzare. Arnau chiuse gli occhi e si sventolò col cappello. Gli mancava l’aria, benché tutti i finestrini del vagone fossero aperti.

   ––Non stai bene? ––gli chiese Matilde.

   ––Non nulla. Un piccolo capogiro.

  Attraversarono il fiume Tordera e giả furono in vista del mare. Mezzogiorno. I fiume era in secca e i gabbiani volavano lungo le rive in direzione della spiaggia. Matilde guardò gli orti che si perdevano all’orizzonte. La ragazza pensỏ che era come stare ancora in Corsica o in Sardegna. Arnau si era addormentato e lei sfoglio il suo prezioso libro senza comprendere che cosa ci fosse scritto. Però aveva visto un ritratto di Oscar Wilde fatto da Toulouse Lautrec su una delle riviste di moda che arrivavano a Livorno. Le labbra erano rosse e disegnate come quelle di una donna.

   La sosta alla stazione di Malgrat de Mar fu breve, non più di tre minuti scarsi e salì soltanto un uomo. Matilde si annoiava e guardò fuori col naso incollato al vetro. Il tipo che saliva poteva essere un commesso viaggiatore, di mezza età e strabico. Si presentò come un rappresentante di cessi inglesi in porcellana. Matilde pensó a Oscar Wilde seduto comodamente a defecare intanto che inventava le mosse della sua Salomè.

  Il tipo dei cessi inglesi in porcellana si dette davanti a Matilde, discretamente e dalla parte del finestrino. L’occhio che gli funzionava puntò il panorama marino e l'occhio storto le cosce della ragazza. Matilde non capiva bene quale fosse l’occhio con cui l’uomo vedeva davvero. Le falde del cappellino le facevano ombra fino alla punta del naso. E l’ombra è mistero. Era come una speciale madonna dipinta da Tiziano; abbronzata, il setto nasale rotto e le pupille che rimandavano al verde chiaro degli ulivi in primavera. Spesso le chiedevano se fosse un’andalusa o una zingara ungherese. Una tzigana! Matilde si spolverò le guance col talco che prese con un batuffolo di cotone da una scatolina metallica. Voleva imbiancarsi, non voleva più essere scambiata per una zingara abbronzata. Arnau dormiva ancora.

  Superarono la stazione di Pineda de Mar e arrivarono a Calella. Era bello. Casotti sulla spiaggia, barchette e un faro su uno spuntone di roccia. Erano le dodici e trenta.

  Si mordeva le labbra, rosse e succose come fragole. Amava odori e sapori delle creme da trucco. Le piaceva il rosso intenso, "rouge passion". Pelle di porcellana, labbra rosse e vestiti neri. Immaginava il suo nome nelle insegne illuminate del Moulin de la Galette, del Moulin Rouge, del Chat Noir o del Folies Bergère. Simmaginava la vedette che aveva ispirato Toulouse Lautrec. Bianca, rossa e nera. Un mondo di opposti, di perversioni vestite a festa. Il rappresentante di cessi di porcellana aveva l'occhio fisso sulle sue cosce. La una. Il treno arrivava ad Arenys de Mar.

  Un cartello arrugginito annunciava bagni Lloveras; chissà come tutto doveva essere grande e maestoso, forse come gli alberghi della Rivière Française. Scalinate pompose, colonne in stile greco, alcune palme e un negro con scimmietta sulla spalla e cappello da marinaio che faceva da ferroviere al passaggio a livello. Il treno si fermava accanto a una casetta di legno.Il commesso viaggiatore rideva. Aveva venduto lui il W.C. di porcellana inglese dei bagni utilizzato dalle signore sulla spiaggia. La prima vendita prestigiosa conclusa ad Arenys de Mar. Lo ricordava perfettamente.

   ––Una meraviglia dell'ingegneria. Porcellana finissima. Un sedile da re! ––disse a voce alta.

  Scambiarono qualche parola e lui capì che lei era straniera.

   ––Italiana, ma anche un po’ francese, da parte di madre.

  Arnau aprì l’occhio destro e le ciglia gli tremarono come il dito del telegrafista del Titanic dopo lo scontro con l'iceberg. Dal finestrino vide signore bagnarsi i piedi sulla battigia, le gonne sollevate e i mutandoni esposti al sole. Gli uomini costruivano castelli di sabbia. Che Spagna! Erano i nuovi ricchi in vacanza nei pressi di Barcellona ormai convertita in un importante centro di scambi commerciali. Denaro facile e mentalità agile. "'Una scimmia vestita da signore, è un signor scimmia" stava diventando il luogo comune per definire la Spagna del tempo. Ogni giomo erano baruffe e pistolettate. Barcellona cra una citta quasi senza legge. Quelli della Confederazione Generale del Lavoro usavano a pistola semiautomatica "star", detta la "sindacalista", mentre i finti sindacalisti del cosiddetto Sindacato Libero utilizzavano la "'browning". Sembrava che ognuno volesse sparare mantenendo fede ai segni dell’identita d'appartenenza. Chi aveva l’autorità? Come si manifestava il potere della monarchia? Dicevano che il re producesse pellicole pornografiche attraverso alcuni prestanome: medici, preti e impiegati di concetto serviti da gentili signore in un ambulatorio, in un confessionale o in un ufficio. Diomio! La cameriera chiavata sul tavolo in sala da pranzo senza nemmeno sparecchiare; il medico che infilava purghe a destra e manca; un alto dirigente con mustacchi e monocolo che scivolava in bagno e si infilava una saponetta e uno spazzolino nel di dietro. Le male lingue––e nel cinema pornografico capivano bene il discorso della lingua–– dicevano che le atrici erano in realtà prostitute di bordello, mentre gli uomini col cappello che le chiavavano in calzettoni, erano veri aristocratici. Che Spagna! Aristocrazia, monarchia e gentiluomini che facevano castelli di sabbia sulla spiaggia.

  Il treno riprese velocita.

   ––Quanto manca a Barcellona? ––chiese la giovane.

   ––Quaranta chilometri.

  Uscendo dalla stazione il treno costeggiò il cimitero posto su na collina contornata da cipressi. Arnau le spiegò che era pieno di cappelle neoclassiche progettate e realizzate da grandi architetti e da famosi scultori.

   ––Dicono che i costi sono da infarto, magari perché vogliono che i clienti possano godere subito delle loro bellissime tombe.

   Matilde si fece il segno della croce più volte e poi si tocco la pancia.

   ––La pancia mi fa rumore. Ho fame. Che ora sara?

  ––L’una e venti––Arnau guardò l’orologio che aveva tolto dalla tasca del panciotto. Nel coperchietto interno aveva messo una foto di sua madre.

  ––É una bella donna.

 ––Una santa! Mio padre era un vizioso. Aveva un lanificio al Poble Nou, alla periferia di Barcellona, noto come "Manifatture Casamitjana". Era stato fondato da mio nonno, un altro vizioso. Le cose non andavano male, la Catalogna, allora, era la quarta potenza mondiale nell’industria tessile, ma mio padre metteva le mani dappertutto tranne che nella lana. Ci lavoravano trenta donne, loro sì tessute ogni giorno da mio padre, più un capofficina, un ragioniere e un meccanico. Poi le innovazioni tecnologiche e tutto finito.

  ––Avete perso la fabbrica?

 ––Perdemmo tutto, e nel giro di poco tempo, mia madre e io non ne sapevamo niente dei debiti del babbo. Poche settimane e tutto finito: il commercio della lana, la fabbrica messa all’asta dai creditori e le donne; molte di loro finirono nelle taverne a far bere i clienti; altre sotto i lampioni del porto, le più fortunate trovarono occupazione nei bordelli del quartiere cinese. Almeno stavano al chiuso e avevano pasti caldi.

  Entrarono a Mataró, una cittadina operaia un po’ provinciale e un po’ cosmopolita. Centinaia ciminiere dell’industria tessile convivevano con il paesaggio urbano e, oltre il formicolio che la delimitava, c’era il verde delle vigne dalle colline fino al mare. Era un insieme di contadini, di proletari e di signori dal cappello a cilindro. Sigari Havana e letame profumavano le strade.

  ––Qui è arrivato il primo treno di Spagna––le disse Arnau––. Dieci vagoni e quattrocento persone. Se non ricordo male fu il 28 ottobre del 1848, il tragitto da Barcellona fu coperto in trentasei minuti; un record di velocita.

  Scese l’omino dei cessi inglesi e salirono due suore, discrete, penitenti, si fecero il segno della croce quando il treno ripartì. Una teneva il rosario appeso al collo e ne contava i grani come se in questo modo potesse tenere sotto controllo stabilità e velocitè del treno. L’altra, molto più giovane e abbronzata, incrociava le gambe e guardava dal finestrino. Una suora non incrocia le gambe. Doveva avere preso i voti da molto poco. Aveva fatto la scelta giusta?

  Arnau aveva preso tutto dal nonno e dal padre, anche il nome, tutti e tre Arnau. Fin da piccolo aveva visto lavorare la lana e le lavoranti. Per sua sfortuna non aveva ereditato nessun bene. Nonno e babbo erano sepolti e gli mancavano. Il nonno era l'uomo più ricco del camposanto. Il padre no. Lo seppellirono nella cappella di famiglia, in un piccolo buco già esistente per non dover pagare tasse comunali. Lo seppellirono quasi di nascosto, un po’ per non insospettire il direttore del cimitero, e un po’ per non richiamare l’attenzione dell’ufficiale sanitario. La misera cassa dovettero sigillarla con molta calce, quasi due sacchi, perché il corpo era infetto e putrido già prima di divenire cadavere. Dicevano che si trattava di infezioni trasmesse dalle vecchie lavoranti divenute puttane di porto. Nessuno poteva dirlo certeza. Quelle più richieste stavano al Molo dei Pescatori, accanto alla Torre dell’Orologio. Miranda, una ragazza dagli occhi neri che aveva lavorato in fabbrica, stava dalle parti della Dogana. Conosceva bene il sergente Gutiérrez, responsabile dei dazi, era un uomo dal petto villoso, baffo sagomato culo stretto come un torero. Lo chiamavano "canna di fucile" in onore dell’artiglieria che nascondeva tra le gambe.

  Vilassar de Mar, El Masnou, Monsolís, Badalona. Il treno corse parallelamente alla spiaggia, quasi a sfiorarla. I paesi erano piccoli, marini, con stazioni balneari e casotti. Arnau si sventolò col cappello di vimini. Il caldo cominciò a farsi insopportabile e cercò di distrarsi leggendo la biografia di Oscar Wilde. Matilde lo invidiava. Beato lui che sapeva l’inglese, intanto sfogliava una rivista di moda. La suora che pregava aveva giả sgranato tre volte il rosario. L’altra, quella a gambe incrociate, guardava dal finestrino, non perdeva nessun dettaglio della spiaggia. Si capiva che si sarebbe tuffata volentieri.

  Arnau pensava ai suoi anni universitari. Platone, il mito della caverna, fu il suo autore da comodino, ne conosceva passi a memoria e li recitava perfino seduto sul suo cesso di porcellana inglese. Tra le pagine dei libri nascondeva foto pornografiche ispirate ai tempi della regina Vitoria: la cartolina di una ragazza nordafricana, e un’altra d’un negro che spompinava un missionario francescano. Si fece una bella collezione di cartoline speciali che comprava alla libreria Española, situata negli scantinati del Gran Hotel Oriente, sulla Rambla. La libreria era piccola e apparteneva ad Antoni López i Bentura, figlio di Innocenci López i Bernagossi, fondatore della libreria e anche dei settimanali La Campana de Gràcia e l’Esquella de la Torratxa. Arrau ne fu un buon amico. Una notte di baldoria tra universitari finirono nelle grotte di Montjuïc, la zona nota come il Morrot. Lì era tutto ai margini: gente pronta a tutto, ladri, assassini, mendicanti e giovani di buona famiglia che facevano gli snob. Nella grotta dei gitani non sarebbe entrato un ago in più. Chitarre, canti sivigliani e uomini dalle lunghe basette e navaja alla cintura che parlavano un misto di "xava", il gergo dei quartieri operai di Barcellona, e il "caló", una variante del romaní, la lingua dei gitani. Quei geni erano riusciti a vendergli una chitarra, vecchia e rotta, firmata da un infinito elenco di artisti; per questo l’aveva pagata quanto quattro chitarre nuove. Una volta a casa, cioè l’indomani perché, ubriaco com’era, aveva dormito accanto a una delle baracche sulla spiaggia del quartiere Can Tunis, Arnau disse al padre che voleva suonare la chitarra alla moda gitana.

   ––Testa di cazzo!––E la chitarra volỏ via dalla finestra––. In questa famiglia non entrano né zingari né chitarre.

  Alla fine, ma solo perché la madre 1o viziava, riuscì a sostituire lo studio della chitarra con quello del pianoforte Dopo alcuni mesi e molte ore di lezioni private, riuscì a suonare una ventina di passaggi della sonatina Per Elisa di Ludwig van Beethoven. La madre piangeva di commozione.

   ––Mio figlio un artista. Un prodigio!––e lo immaginava dare concerti applauditissimi al Liceu.

  Ma non divenne né filosofo né musicista, si impiegò come giornalista al settimanale Esquella, il vecchio Esquella de la Torratxa, grazie all’amico Antoni López i Bentura. Era una pubblicazione satirica, repubblicana e anticlericale e Arnau pensava di essere il nuovo Santiago Rusiñol, il grande scrittore catalano che sul settimanale si firmava Xarau.

   ––Quattro anni dalle suore francesi di Loreto e dieci anni dai gesuiti e adesso, disgraziato, sputi sugli altar della cattedrale? Tua madre ogni giorno è in chiesa per pregare con padre Baldiri e non mangia altro che ostie. Non ti sono bastati i dispiaceri della chitarra, gli zingari e il pianoforte?

  Ma babbo, anche Santiago Rusiñol lavorava nella fabbrica tessile di suo nonno. É come noi. Uno come noi!

   ––Come noi un gran cazzo!

  ––Ma babbo, io oglio scrivere. Voglio essere uno scrittore.

   ––Uno scrittore dei mie coglioni! Ma se proprio devi pubblicare, fallo almeno con El Correo Catalán. Quello sì che è un giornale serio.

  Non potendo fare diversamente con quel figlio degenere, il padre mosse mari e monti fino a sistemarlo nella redazione di quel quotidiano borghese e carlista, cioè fieramente antiborbonico. Non era molto, ma andava bene per cominciare. Scrivere necrologi non aiutava nella carricra, ma mettere in bocca le ultime parole di un morto, era di una certa responsabilita. Jacinto Pórtolas de las Heras. Capitano di marina mercantile sulle rotte americane. Aveva toccato i porti di Cuba, Nuova York San Juan di Terranova, São Francisco do Sul, Buenos Aires, Ciudad de Colón e Panama. Lasciava una vedova, tre figli e cinque nipoti. Fosse stato per Arnau l’avrebbe buttato giù dalla nave in pasto ai pescecani, ma si impegno e ne venne fuori un bel articoletto. Nessuno, prima di allora. aveva parlato così bene del capitano Jacinto Pórtolas de las Heras. Arnau padre andava in giro con la copia di El Correo Catalán sotto braccio e lo mostrava a tutti. Quci cazzo di necrologi lo riempivano d’orgoglio. Arnau figlio non lo capiva quell’assurdo padre che in così breve tempo avrebbe distrutto l’intero patrimonio di famiglia, per cui continuava a scrivere anche per 1’Esquella, sotto pseudonimo come Rusiñol. Si firmava Irene, come la sua vecchia e cara balia.

  Stazione di Francia. Barcellona. Le tre del pomeriggio. Arnau prese la valigia, l’aprì, vi mise dentro il libro su Oscar Wilde. Matilde, per l’emozione di essere arrivata nella grande città, dimenticò un istante la rivista di moda sul sedile. La suora giovane la prese e la nascose rapidamente sotto l'abito. L’altra, quella dei rosari, l’aspettava già all’uscita.

  Dieci minuti dopo, Matilde e Arnau erano su un calesse, diretti alla Rambla, Gran Hotel Oriente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1000018021.jpeg

Retalls...
Novel·la,

Retalls...

author

2025-05-09 13:15

Per les vores de dues pells.
1000015928.jpeg

Membre d"aquesta Associació cultural que fomenta la lectura i els llibres en tots els àmbits